jueves, 16 de diciembre de 2010

Los ángulos de la vejez. (1)

11 am suena el teléfono, contesto, es mi abuela, tiene la respiración entrecortada y hace un gran esfuerzo por que la voz salga de su garganta, puedo oír ese esfuerzo a través del auricular y es inevitable sentir que un ejército de hormigas recorre todo mi cuerpo, de pies a cabeza, mi pecho siente una presión y los latidos de mi corazón se sienten como pisotadas fuertes, el pulso aumenta, las orejas arden.

Diana, no puedo respirar .....(jadeos)......estoy sola....(jadeos)......ven por mi, llama a alguien...(jadeos).....llama a tu tío, no puedo respirar.

Cuelgo el teléfono después de decirle a mi abuela que no se preocupe, que voy para allá, que no se mueva, que esté tranquila y si, intento tranquilizarla, pero también digo esas palabras para tranquilizarme a mi misma, tengo que oírlo, tengo que ser adulta, tengo que ser responsable, tengo que reaccionar adecuadamente.

Llamo a mi tío quien afortunadamente se encuentra cerca de la casa de su madre, me dice que va para allá, también pronuncia palabras para calmarme, pero sé que él está igual de asustado que yo.

Vuelvo a llamar a mi abuela para decirle que su hijo, el primer varón después de tres mujercitas, va en camino, pero nadie contesta.

De nuevo el hormigueo, de nuevo los latidos fuertes, un duende quiere salir de mi corazón y desde adentro lo golpea, todo pasa tan rápido, las manos son más torpes de lo usual y no pueden retener el teléfono para llamar un taxi.

20 minutos después llama mi tío para decir que mi abuela ya está siendo atendida, los sentidos regresan, la ansiedad desaparece, vuelvo a ser funcional y coherente.

Varios sustos como estos he tenido con mi abuela en los últimos meses, intentamos tomarlo con lógica, es una mujer mayor, de 90 años, aunque ella se aumente la edad y diga que tiene 91, supongo que a su edad es ya inútil intentar ocultar la edad, al contrario, ella la aumenta y la presume con orgullo ante la admiración de la gente, tiene aún fuerza (dentro de lo posible), vive sola, cocina a sus nietos, mienta madres, esconde la comida, riega sus plantas, hace mole, se pelea con los taxistas, pide prestado, habla horas con sus amigas por teléfono y es la única con la jerarquía suficiente como para regañar a todos los miembros de la familia, así se trate de su hijo de 57 años ó a su bisnieto de 5 meses.

Sólo me sé algunos pasajes de su vida, los que ella ha querido contarme, porque nunca le he preguntado sobre su vida, la mayoría de las veces es en la comida cuando empieza a hablar de su pasado, seguramente los recuerdos llegan a su cabeza y quiere dejarlos salir, quiere que su descendencia sepa quién fue ella, que hablen de ella cuando ya no esté.
Nació en Marabatío, Michoacan, vino a la Ciudad cuando tenía 7 años, siendo la mayor de 6 hermanos tuvo que cuidar de ellos desde muy pequeña, en una ocasión cuando fue a lavar ropa a uno los muchos ríos que aún existían en la Ciudad perdió a uno de sus hermanos pequeños al llevárselo la corriente, según recuerdo no pudieron rescatarlo, trabajó en una tortillería, lo que la convirtió en una experta tortillera, es la única persona que conozco capaz de dar una cátedra sobre lo que hace a una buena tortilla, a los 15 años mi abuelo, de 35, se la robó, la primera descendencia fue niña y la segunda y la tercera, después perdió a la cuarta, mi abuelo en su manía de cuidar de la bebé la tapó de más con las cobijas y la asfixió, no recuerdo el orden pero volvió a perder a otra niña por un descuido más, después vino el primer varón, luego otro y después mi madre, por último llegó otro varón. La vida con un hombre al que no conoces y del que no estás enamorada es difícil, sobre todo porque él no nunca se esforzó por enamorarte, la vida con él fue violencia, golpes, engaños, insultos, humillaciones, a los hijos también, sobre todo al mayor, al parecer mi abuelo prefería tener descendencia femenina que masculina, también junto a él la vida fue conocer cosas nuevas, debido al trabajo de mi abuelo el viaje era una constante y siempre regresaba con excentricidades de la República: tortugas, cangrejos, pescados de todos los tipos, víboras, conejos, angulas, venado, costales de fruta y verdura.
El tiempo pasó y mi abuelo murió, mi abuela decidió recibir en un sólo pago la pensión que le correspondía, lo gastó todo, regaló a todos y se quedó sin nada.
Hubo veces en la que ella tuvo que cuidarme, no fue fácil para las dos, aún no puedo ver una cuchara grande de madera sin sentir que las nalgas me arden y es que la calidez nunca ha sido uno de sus fuertes, habla fuerte, golpeado, como si ordenara, no da abrazos ni cariños, no soporta a los niños chillones y por alguna razón piensa que todo debe mantenerse en secreto. Supongo que esa falta de calidez que se espera en todo abuelo lo sustituye por platillos celestiales, jamás he comido mejor comida, jamás he encontrado esa sazón en otro lugar, ella enseñó a sus hijos y a algunos de sus nietos a comer bien, probablemente por eso más de la mitad de la familia somos obesos: nos gusta encajarle el diente a la comida. Recuerdo ser pequeña y verla frente al espejo trenzándose el cabello canoso y largo, dormir en la misma cama y en la madrugada escucharla entre sueños prender el encendedor para fumar un cigarrillo, también recuerdo la marca: Raleigh, recuerdo el sonido del tabaco al quemarse y a mi abuela exhalando el humo de tabaco.

A los 70 años se le declaró diabética y casi dos años después estuvo a punto de perder la pierna derecha cuando se cayó de unas escaleras. Comenzó a asistir a grupos de la tercera edad en donde pudo conocer gente con la que se indentificaba, a la fecha sigue sin faltar un sólo día, dice que es su motor, que volvió a nacer.

Pero el tiempo avanza, a veces a una velocidad muy alta y no se detiene ante nadie nos lleva a todos entre las patas y cuando menos te das cuenta las cosas cambian.

Continuará.....

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