jueves, 24 de marzo de 2011

Triste San Valentín, una historia de amor.

Nadie ni nada garantiza que las cosas buenas duren para siempre, son tan frágiles y nosotros tan torpes para saber manejarlas o para darnos cuenta de que están ahí hasta que las abandonamos.
¿Es la monotonía el peor veneno para el amor? ¿y la costumbre? ¿es el sustituto indiscutible del amor cuando ya ha pasado el tiempo?

¿Nuestros padres no fueron capaces de transmitirnos las fórmulas de un exitoso matrimonio simplemente porque ellos tampoco la tienen y su matrimonio fracasó?¿Nuestra generación está destinada al fracaso en el amor? ¿Cogemos más libremente pero nos enamoramos menos comprometidamente? Amor no significa lo mismo ahora que 50 años atrás.

Ha pasado un día desde que vi la película y aún sigo tarareando la canción (You always hurt the one you love) que Ryan Gosling canta mientras Michelle Williams la baila con torpes pero lindos pasos de tap, una escena sencilla pero que es capaz de transmitir sentimientos jóvenes e ingenuos, puros y verdaderos. El amor canta y baila en la voz y pies de un hombre y una mujer.

No será difícil que alguien no se identifique, al menos un poco, con la historia que se cuenta en pantalla, a menos que se trate de un ser excepcional que nunca se haya enamorado. Y no es que se trate de las cursilerías típicas con las que normalmente se etiqueta al amor, la identificación se logra con personajes, emociones y frustaciones completamente humanos y actuales.

Triste San Valentín, una historia de amor, el título puede sonar contradictorio pero es el desarrollo de la película la que lo justifica sin lugar a dudas, tal vez lo lógico sería decir una historia de desamor pero en esta vida arrinconar las cosas a simplemente blanco y negro no sería funcional para comprenderlas.

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